Disfraz del pensamiento



¡Enhorabuena!...las emociones se agolpan, se juntan, se tropiezan y deciden por fin instalarse en el cuerpo de Sofía.



Dudas, confusión, Sofía no sabe que sentir. En realidad sí sabe. Lo que no sabe es si está bien sentir lo que siente.



Piensa, se acurruca en el rincón de su mullido sofá. Frunce el ceño. Lentamente, como sin fuerza, cae una lágrima. Se desliza por la mejilla reluciente de rabia.



Esa rabia que no la deja respirar, se sofoca, se arruga. Quisiera quitársela, arrancarla con fuerza, como se quitan los yuyos del jardín.



Pero no quiere, necesita seguir enojada un poco más. Pero que nadie lo sepa, y menos el causante de esa tremenda irritación.



¡Ya está!...decide disfrazar su pensamiento.



Le pondrá una sonrisa al enojo, pensará en la belleza de una rosa amarilla.



Ya no se acurruca en el rincón del sofá. Comienza a estirarse como hacen los gatos al sol, después de una siesta.



La arruga del entrecejo se diluye. Ya no cae una lágrima y sus mejillas relucen, no por rabia, sino porque tanto pensar le dió calor.



Olvidar es una posibilidad atractiva, pero hay que juntar valor.



Sofía se separa del sofá que acunó su rabia. Se acerca a la pequeña ventana sin cortinas. Mira el cielo que va disfrazando su azul original por un púrpura sugestivo.



Olvidar...¡qué buena idea!






Dedicado a un hombre insatisfecho, vacío y solitario.

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