Había una vez, un hombre y una mujer decididos a redimir el amor.
Algunos de sus familiares, parientes, amigos y conocidos sostenían que el amor era algo pasajero, muchas veces insostenible y la mayoría interesado.
Ellos no creyeron, confiaban en la existencia del amor profundo,verdadero, desinteresado y que duraría décadas y décadas.
Comenzaron comunicándose, conociendo gran parte de la personalidad del otro, sus gustos, intereses, imperfecciones, sus fortalezas y debilidades.
Se tomaban el tiempo para hacerlo por partes. Primero uno hablaba y el otro escuchaba y viceversa.
Intercambiaban opiniones y sin querer cambiarse, hablaban de la posibilidad de ajustarse a las características del otro, cuando la situación lo merecía.
Se cargaron de tolerancia, paciencia, comprensión, todo perteneciente al verdadero amor.
No olvidaron alimentar la pasión, con detalles, con cambios que demolían la tediosa rutina, con pequeños toques de celos.
Pusieron cada cosa en su lugar, aprendieron a respetar los espacios propios.
Los hijos ocupaban mucho espacio, pero era un espacio diferente al de la pareja, entonces no hubo interferencias.
Cuando disentían, ponían fervor, quizás enojo, exaltación...pero nunca irrespetuosidad.
Pasaron los años, el amor crecía.
Cada uno era una persona importante para el otro.
Sabían que los avatares de la vida podían separarlos, pero tenían la certeza que aún así se seguirían amando.
Demostraron a los escépticos que sí existe el amor sincero y duradero.
Pero no es algo que cae del cielo como maná, hay que construirlo día a día con esfuerzo y entusiasmo.
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