Una mariposa en mi hombro


Una mañana casi mediodía, el sol primaveral ya cálido.

Miraba el lago recostada con pereza en una reposera.

Mis hombros desnudos recibían con agrado las intensas caricias del sol.

Mi pensamiento perezoso vagaba más allá de la planicie acuática.

De pronto sentí cosquillas sobre mi hombro derecho. No pude evitar la inevitable risa que produce el cosquilleo, aunque no lo percibo como sensación placentera.

Miré con recelo hacia la derecha, vaya a saber qué bicho raro había aterrizado sobre mí.

¡Pero no!...Con los ojos entrecerrados para protegerme de la intensa luz, ví la imagen más bella de mis últimos tiempos. Una gran mariposa de alas violetas. En el centro una mancha amarilla en cada ala, parecían ojos inquietos.

Me sentí personaje de un cuento de hadas, las cosquillas ya no me molestaban.

Inmovilicé todo mi cuerpo al punto que podía escuchar los latidos de mi corazón relajado y en paz. El hermoso insecto parecía sentirse a gusto sobre mi piel caliente. Abrió sus alas, dejé de respirar por segundos, no quería que volase.

No lo hizo. Sentí que quería mostrarme toda su belleza desplegada.

Cerré los ojos, imaginé un bosque de cuentos infantiles, hadas, duendes y muchas mariposas coloridas revoloteando a mi alrededor. Volví a mi infancia, salió mi niña interior, jugó con las hadas, corriendo, saltando.

Mi naturaleza salvaje me llevaba a tirarme sobre el pasto, sentir el fresco dejado por el rocío.

Trepé a los árboles, reí, canté, hablé con las ardillas y los pájaros. Me llené de energía vital, corrió la pereza hacia un mundo invisible.

Ja, ja, ja, la inevitable risa provocada por el cosquilleo, me obligó a abrir los ojos.

La mariposa violeta despegó de mi piel enrojecida, voló en círculos a mi alrededor como despidiéndose y se perdió en el universo fantástico.

Fué un esfuerzo moverme, tan quieta estuve.

Cuando lo logré, mis ojos reflejaban violetas y amarillos.

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