Una mañana inclinada


Desperté, o ¿seguía durmiendo y creí despertar?.

Mis ojos hinchados se abrieron en cámara lenta, ¡qué esfuerzo!. Los párpados se negaban a la órden proveniente de algún lugar del cerebro. Lo logré, miré a mi alrededor, estaba en mi casa, sí, era mi dormitorio, mi cama, mis muebles. Lo reconocí todo sin dificultad.

Pero algo no estaba bien.

Acostada en mi cómoda cama, pude percibir qué era.

Todo, absolutamente todo, estaba inclinado hacia la izquierda, aproximadamente unos 30º. Me invadió una sensación de extrañeza, curiosidad y miedo. Pensé, que, si no estaba soñando, tendría algún problema neurológico.

Medité unos instantes, no sabía qué hacer.

Al fin me animé y decidí salir de la cama. Como duermo del lado derecho, al querer bajar, mis pies no tocaron el suelo, ¡entendí!. La cama se sostenía sólo por las patas izquierdas. Dí un saltito y salí de ella.

No estaba mareada, pero sí aturdida porque no captaba lo que sucedía.

Caminé hasta la ventana, la abrí y para mi asombro, todo el exterior estaba igualmente inclinado.

Si no fuese por el miedo que sentía, me hubiese reído a carcajadas; era muy gracioso ver los autos transitando por la avenida, sostenidos sólo por las ruedas del lado izquierdo. Parecía esas competencias que se ven por televisión.

También estaban inclinados los árboles, las casas....¡y la gente!.

Pero yo no, estaba parada correctamente sobre mis dos piernas. Pestañeé con fuerza varias veces. Todo seguía igual.

Decidí acostarme, cerrar los ojos y esperar.

Lo hice, unos minutos después sentí una suave caricia, como un soplo que recorrió todo mi costado izquierdo, desde la cabeza hasta los pies.

Me quedé dormida, creo.

Cuando desperté por segunda vez (o fué quizás el primer despertar), el mundo estaba en su lugar.

¡Qué alivio!

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