Dar vuelta la página


El otoño se acercaba despacio, con timidez, el sol estival no quería dejar su magnificencia. Algunas ráfagas de viento fresco intentaron debilitar los rayos áureos. Lo lograron, el paisaje era espléndido, los árboles comenzaron a desnudarse, con sensualidad y picardía. Las hojas alfombraban los paseos. Los niños jugaban con los remolinos y se confundían con el bronce del otoño.

Una casa, vieja, pero bien cuidada, se mostraba imponente en la esquina de una calle empedrada. Escaleras de mármol pulido y brillante, llevaban al primer piso. Una mujer, rondando los cuarenta, alta, escasa en carnes, de aspecto rígido y malhumorado, comenzó a subir sin energía.

Tenía un gesto antipático, molesto. Su mirada se concentraba en los escalones, como temiendo perder pie. Alguien, observador y detallista, captaría confusión, enojo, distancia.

En mitad de la brillante escalera, había un rellano que permitía el cambio de dirección de la misma. La mujer detuvo por unos instantes el penoso ascenso. Parecía respirar con dificultad, un suspiro casi inaudible, salió de sus labios finos y contraídos.

Acomodó su traje azul oscuro con un movimiento de caderas y continuó subiendo, pero ésta vez con más energía. Su cabeza en alto, su mirada denotando haber encontrado una solución, sus pisadas firmes y ruidosas, la llevaron al primer piso de la casa.

Una puerta de madera y vidrio, con cortinas que impedían ver hacia adentro, la detuvieron. Observó con atención y un pequeño cartel, poco visible decía: "abierto, pase sin golpear". Lo hizo, un ambiente cálido, bien decorado, amplios sillones tapizados en color caramelo, invitaban a descansar y explicaban el porqué de: pase sin golpear. Nada que perturbase la paz aparente de ese lugar, era bienvenido.

A la derecha un mueble antiguo, fuerte, con puertas en la parte inferior y una biblioteca en la parte superior. Libros organizados con armonía, por tamaño y color, parecía una biblioteca para adornar la sala, quizás ni siquiera existían los libros. A su lado una puerta de madera oscura se mantenía cerrada, una chapa de bronce la adornaba.

A la izquierda de la sala, un escritorio moderno, desentonando con los otros muebles, cargado de carpetas, papeles, ceniceros y dos lámparas. Detrás, casi escondida, la figura de una joven secretaria se inclinaba sobre un libraco. Al escuchar abrirse la puerta, levantó la mirada y con un gesto invitó a la mujer a sentarse y esperar. Era evidente que ya se conocían, no hubo preguntas ni respuestas entre ellas.

La mujer se hundió en uno de los sillones, el más lejano al escritorio, puso los codos sobre las rodillas y con las manos sostuvo y tapó su cara. El silencio fué el principal protagonista durante escasos minutos. La puerta de madera oscura se abrió bruscamente, sobresaltando a la mujer. Un hombre mayor, enfundado en un traje gris, correctamente acicalado, de gesto profesional, ese que no permite ver más allá, ni captar emociones. Saluda cortés y friamente a la mujer y le pide que pase.

Ella se levanta con dificultad, como si los años hubiesen aumentado a gran velocidad en esos escasos minutos. Él se hace a un lado para permitirle pasar y cierra la puerta con cierta delicadeza mostrando un poco de humanidad.

La joven secretaria, impávida, seguramente acostumbrada a estas situaciones, continuó doblada sobre el libraco, parecía que allí estaba impreso su futuro, tal era su concentración. El silencio volvió a ser protagonista, esporádicamente interumpido por un carraspeo fuerte e insistente proveniente de la pieza donde seguramente el aire era espeso.

Una hora después se abrió la puerta oscura, la figura de la mujer quedó enmarcada. Sólo ella. Hilos de plata brillaban en sus mejillas, sus ojos cansados le regalaron el brillo a las lágrimas. Caminó sin ganas y sin mirar a la joven, hacia las escaleras pulidas. Cada escalón que pisaba, la llevaba hacia una posible libertad y lo hacía con más firmeza. Su cuerpo se erguía, parecía tomar forma. Las lágrimas se secaron, el brillo volvió a sus ojos.

Salió a la calle empedrada de ilusiones. Caminó rumbo a su nuevo futuro. Minutos antes había firmado su divorcio. Entendió con tristeza y valentía, lo que una amiga le dijo meses atrás: "tienes que dar vuelta la página, para poder empezar un nuevo capítulo".

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