Los poderes de Gerardo ( un cuento de locura)

Gerardo se hamacaba rítmicamente, quizás con desgano, en el patio trasero de sus casa, lugar desprolijo, nadie se encargaba de cuidarlo. La hamaca atada entre los dos únicos árboles del patio era de colores chillones.
El joven miraba atentamente no sé qué, sus manos comenzaron a moverse, se agitaban cerca de sus orejas, parecía que estaba espantando algún insecto molesto, pero no, era de siesta y ni las moscas volaban.
Gerardo comenzó a reirse inexplicadamente, primero suavecito y luego a carcajadas contagiosas.
Una adolescente ordenaba algunos trastos en la galería. Al escuchar las risas de su hermano, se acercó, lo tomó de las manos y lo arrastró fuera de la hamaca. Comenzaron a girar rápidamente con las manos entrelazadas, las carcajadas de Gerardo contagiaron a la joven. Pasaron varios minutos en esa danza vertiginosa y risueña, hasta caer rendidos y felices sobre el pasto crecido.

Magos, hechiceros, hadas, duendes, elfos, gnomos....todos seres de un mundo de fantasía, un submundo real para algunos. Gerardo, un joven extraño, que creía tener poderes, podía adivinar el pensamiento de los demás y escuchar las conversaciones de los pájaros al atardecer.Decidió internarse una tarde en el bosque cercano a su pueblo.
En su casa nadie lo entendía, decían que estaba loco y que no tenía remedio, vivía rodeado de ignorancia y falta de afecto.


Caminó por senderos estrechos, difíciles; los árboles cargados y nutridos, entrelazaban sus ramas, formando un techo diferente.


Sus amigos le decían Gery, o el loco del barrio, nadie le creía.....pero todos lo querían. Gery juraba que en el bosque existía un mago, un hombre solitario con la facultad de curar males físicos y psíquicos. Desafió a sus amigos y decidió buscar al hechicero, lo que para éste joven era simplemente encontrarlo, tan seguro estaba de su existencia.


Con la mirada al frente, fija y desconfiada, Gery se internaba cada vez más en el tupido bosque. Un manto de sombras cayó sobre el camino dibujando figuras temibles (no para él), ayudado por las últimas luces lilas del crepúsculo.
Sus ropas mal cuidadas demostraban la falta de cariño de su familia, en el bolsillo derecho de su pantalón asomaba una punta plateada, seguramente un cuchillo, que sacó a escondidas de su desamorada madre.


Gery oía y entendía las voces del lugar. Todos los sonidos le eran familiares. Le animaban a que siguiera su camino, por momentos dulce y firmemente, a veces con rabia y exigencia. Ésto último enardecía a Gery, quien gritaba: ¡ya voy! ¿no se dan cuanta que estoy yendo?...


Caminaba cada vez más rápido, pero con torpeza, tropezándose con un suelo irregular y a veces consigo mismo. Todo su cuerpo estaba tenso, sus ojos brillaban cual los de una fiera al acecho. Sabía con total certeza que llegaría al lugar donde habitaba el mago.
Tropezó con una rama, cayó sobre hojas, ramas y piedras, sus manos sangrarban, pero no le importó, debía seguir.


Pasaron dos horas. La noche era completa y poco amistosa. El cansancio de la caminata producía en Gery un efecto contrario, caminaba más y más rápido. Sudaba, jadeaba y su mirada penetrante intentaba hurgar en la oscuridad. Parecía tener miedo, pero no, era emoción, impaciencia, cólera, ya quería llegar.


Necesitaba al mago para que lo transformara en un ser de luz, pues él era el elegido. Minutos después, ya casi medianoche, una media luna hacía sonreír al cielo oscuro, sin percatarse de la terrible escena de la que sería testigo.
Se detuvo unos instantes, colocó las manos detrás de sus orejas para agudizar el oído, algo le hizo saber que se acercaba a su meta, algún sonido real o quizás irreal, le dió ánimos para seguir.


Gery divisó una tenue luz, entre los árboles, eufórico apuró el paso, sabía que estaba llegando a lo que ansiaba encontrar. Al acercarse percibió, con la intensidad equívoca del sentido visual y auditivo que tienen los delirantes, que esa luz mortecina provenía de una fogata apagándose.


Un claro en el bosque, una pequeña casucha, semidestruída, casi abandonada, iluminada apenas por un fuego moribundo. Un anciano, sucio y haraposo, estaba sentado cerca del fuego casi extinguido. Su barba crecida, su aspecto desaliñado, sus ropas raídas y malolientes delataban, para los que no han entrado en el mundo delirante, que era un indigente, un alejado de la mano de Dios.
Revolvía un líquido oscuro en un recipiente similar a una lata. Canturreaba en voz muy baja, y al mismo tiempo se rascaba con fuerza la pierna derecha. Nadie en su sano juicio se acercaría a ese despojo humano, salvo aquellos dedicados a la caridad y los carentes de razón como Gerardo.
Detrás de él, una bolsa contenía objetos diversos: cuchillos, ropas, pinzas, una rueda de bicicleta, etc. En una pequeña caja de cartón algunas monedas indicaban cual era su profesión: mendigo y vagabundo.


Más cerca, Gery pudo ver, oír y oler el lugar. ¡Y allí estaba el mago!. Airoso en su logro, el loco del barrio pensaba en el dasafío al cual había retado a sus amigos, ¡había triunfado!. Para Gery era el hombre buscado, lo vió, con los ojos de su mente enferma, con una larga barba blanca, una túnica color cielo noche y un bonete estrellado.


Estaba parado, era alto y arrogante, y su mano izquierda le hacía señas para que se acercara. Lo hizo, quedó tan cerca que podía oír la respiración profunda y pesada del hechicero. Gery estaba mudo, asombrado, extasiado y complacido de tener el privilegio concedido por los dioses. Logrado su objetivo de encontrar al mago, sólo quedaba pedirle su deseo.


Y lo hizo, con las contradicciones de todo delirante, pidió ser entendido y aceptado por el pueblo, especialmente sus amigos, pero sin perder sus magníficos poderes, parecidos a los del mago, pensaba Gery, en su euforia delirante.


Del otro lado de la historia, el pobre hombre se percató de la locura del joven, se levantó y retrocedió asustado, gritando ¡socorro!, ¿pero quién podría ayudarlo? estaba solo en ese lugar poblado de fantasmas.
Sólo atinó a alejarse con expresión de pánico, trató de rebuscar algo en la bolsa para defenderse.


Gery confundió el miedo con agresión......y se defendió. Tenía en su bolsillo el filoso cuchillo, que decidió llevar para protegerse de las fieras del bosque, aunque no las considerase sus enemigas.
Con agilidad felina sacó el cuchillo del lugar donde lo llevaba. Se vió brillar el acero en la oscuridad , cual relámpago y el harapiento mago cayó fulminado de una herida mortal en el pecho, cerca de su corazón y allí quedó.
El loco se acercó al cuerpo tendido, lo tocó y a pesar de su nublada razón, percibió que el mago había muerto. Gritó con fuerza y salvajismo, gimió como una niña asustada, se arrancó varios cabellos y rasgó su camisa. Todo su esfuerzo en vano, ya no lograría transformarse en un ser de luz.


Gerardo, Gery para los amigos, se mezcló con la oscuridad y los sonidos de la noche. Desapareció del mundo real y de la fantasía. Sus amigos no volvieron a verlo.....

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