Un paseo en tren


Trenes!!. Me gusta viajar en tren. De pequeña pensaba que era la forma más segura de viajar, los largos vagones (en mi mente infantil) iban pegados a la vías, y oh! que maravilla!, no había el peligroso tránsito que hay en las carreteras....la maravillosa inocencia que perdemos al llegar a adultos, porque la realidad nos obliga.

Adoraba el suave movimiento del andar, el sonido producido al contacto con los rieles. El paisaje se deslizaba lentamente frente a mis asombrados ojos. No podía perderme nada, no hacía caso de las preguntas de mi madre: ¿querés comer algo? ¿tenés frío? ¿tenés calor?.

Uno de mi más querido recuerdo es el viaje con la familia en pleno, de Buenos Aires a Santaigo de Chile. El tren se llamaba "El Cuyano", lujosísimo para esa época. Sus butacas tapizadas en terciopelo granate invitaban a descansar cómodamente. Tenía un vagón comedor para el que quisiera consumir la gastronomía sobre rieles, otros llevaban sus viandas.

El viaje fué largo, muy largo, para mis cortos años. El tren atravesaba la Pampa, desolada, yo buscaba ávidamente el ombú, por aquella frase aprendida en el aula escolar: "la Pampa tiene el ombú". Creo que no lo ví, quizás mi mirada inquieta, pero poco observadora aún, no alcanzó a distinguir tan importante y solitario árbol.

Llegamos a Mendoza, bella ciudad, cuidada y limpia. Cambiamos de tren, El Cuyano quedó atrás, tomando un merecido descanso en la estación. El nuevo tren ya no era tan lujoso y su andar menos suave. Así hasta llegar a Las Cuevas, lugar muy alto, ya en la cordillera de los Andes.

Hacía mucho frío, allí debíamos cambiar nuevamente de tren, un tren más pequeño de trocha angosta para poder cruzar la cordillera.

Mientras esperábamos el cambio, yo recorría el lugar maravillada con la incipiente nieve. Algunas personas , incluída mi madre se "apunaron" (el mal de altura). Le dieron caramelos y le hicieron poner la cabeza entre las rodillas. Yo no entendía, me sentía tan bien!!!! ansiosa por entrar en esas enormes torres de piedra.

Comenzó el cruce, un espectáculo inolvidable. Montañas apiladas en desorden, altas, coronadas con la blancura de la nieve brillante por los rayos del sol. Los precipicios producían en mí miedo y a la vez excitación, todo maravilloso!!.

Y llegó el momento en que mi padre me dijo: "hija, mirá a tu derecha, ese es el Aconcagua (volví a recordar el aula escolar). Se levantaba magnífico, imponente, con su gorro blanco. Quedé extasiada, creo que ése fué el momento en que comprendí la existencia de Dios, de una energía superior.

No dejé de mirar hasta que se escondió detrás de otros picos montañosos. La emoción, el asombro, quizás la incredulidad de esa época, dejaron una marca en mi corazón y en mi alma. Una marca de fé y amor por la naturaleza.

Llegamos al fin de nuestro viaje: Santiago de Chile.

¡Un paseo en tren inolvidable, vivencias que nunca se borrarán de mi pensamiento!

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