Un deseo irresistible


Medianoche, oscuridad. Una calle alumbrada apenas por faroles de luces mortecinas, amarillentas como dientes envejecidos. El empedrado brillaba, había llovido. Soledad y frío. Una sombra se arrastra contra las paredes vacías de casas también vacías. Vacías de gente, vacías de amor, de ruido, de colores.

Una sombra diluída por la lluvia, tambaleante por el acohol. El hombre, dueño de esa sombra irreverente había salido de su casa, en realidad lo invitaron a salir. Peleas constantes, rutinarias, de un matrimonio en decadencia, cuyo principal protagonista era su majestad el acohol!!.

Botellas endiosadas, que disminuían el dolor de las penas y lograban efectos mágicos, pero transitorios, sobre los problemas no resueltos.

Más de una vez la infelicidad logró desiciones valientes, drásticas....todas las botellas a la basura, con rabia, con firmeza. En esos efímeros momentos el rostro de Guzmán demostraba haber encontrado el camino, nunca más volvería a beber.

Ésta madura y saludable desición duraba uno o dos días. Apenas aparecía algún conflicto, éste se introducía como dardos filosos en su pecho. Guzmán buscaba la maravillosa y equívoca anestesia para su corazón sangrante.

Y la historia se repetía, con el poder de todos los dioses del Olimpo, el deseo irresistible de no sentir, transformaba su otrora férrea voluntad en débil e incolora plastilina.

Pasaron días, meses, años, la familia cansada, decepcionada y sin esperanza, le mostró la puerta de salida al enfermo sin curación.

Y allí estaba él, deambulando sin saber cuál era su destino. Pensaba, pero su mente ahogada se negaba a dar soluciones. Imploró ayuda, nadie lo oyó. Se sentó al borde de la vereda, llovía, no le importaba, no entendía.

Llevó su mano izquierda al bolsillo derecho de su saco, con dificultad, tal eran sus temblores. Quitó una botellita del elixir mágico y con un deseo irresistible.....decidió morir.

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